DANIEL CARBONELL PARODY| Escritor y estudiante de Literatura | Publicado el 6 de junio de 2013
I
Sonrisa entre multitudes,
tu mirada se levanta como un brazo fuerte
de entre los escombros de una lejanía nombrada
—quién sabe hace cuánto
no te veía,
te quiero mucho—
y entonces
el temblor acostumbrado
de las ganas de llorar primeras,
el trepidar de tu alma viva, sonrisa de pie, ave en espera,
cara de tiempo, imbécil sin tregua, amigo mío, amado
amigo mío.
Y entonces
el turbión fugaz del adiós,
“te veo pronto, marica”, me dije
para no nombrarte, pero de cierto
cada vez que pienso en la vida
alguien, en alguna banca o tienda
escribe tu nombre.
II
En el tejado hubo tiras de luz que no guardé,
caballos que galoparon en el pelo de nadie
y nadie se aguantó
tanto tiempo ese pisoteo de las palabras mudas
y tristes que no salen de alguna garganta anónima.
En la cocina dejé vasos con agua que no regué
sobre tus macetas olvidadas y roídas,
platos a medio comer, tristeza, vidrio mordido
que no soportó mis dientes de hueso vivo
ni mi saliva ácida como una pausa imprevista.
En la terraza no hice un lunar carajo,
a las bancas del porche se las comió la sombra
y fue siempre de noche negra.
No saludé a los extraños que pasaban
desandando un camino y preguntando por ti.
No me dio la gana de nada y te me hiciste mordedura,
cráter morado donde no cupo un beso.
No me dio la gana de ti y me volví al tejado.
Allá estaba más arriba, vuelto astro, pero no más lejos
de tus galopantes y etéreos caballos.
DANIEL CARBONELL PARODY| Escritor y estudiante de Literatura | Publicado el 6 de junio de 2013
I
Sonrisa entre multitudes,
tu mirada se levanta como un brazo fuerte
de entre los escombros de una lejanía nombrada
—quién sabe hace cuánto
no te veía,
te quiero mucho—
y entonces
el temblor acostumbrado
de las ganas de llorar primeras,
el trepidar de tu alma viva, sonrisa de pie, ave en espera,
cara de tiempo, imbécil sin tregua, amigo mío, amado
amigo mío.
Y entonces
el turbión fugaz del adiós,
“te veo pronto, marica”, me dije
para no nombrarte, pero de cierto
cada vez que pienso en la vida
alguien, en alguna banca o tienda
escribe tu nombre.
II
En el tejado hubo tiras de luz que no guardé,
caballos que galoparon en el pelo de nadie
y nadie se aguantó
tanto tiempo ese pisoteo de las palabras mudas
y tristes que no salen de alguna garganta anónima.
En la cocina dejé vasos con agua que no regué
sobre tus macetas olvidadas y roídas,
platos a medio comer, tristeza, vidrio mordido
que no soportó mis dientes de hueso vivo
ni mi saliva ácida como una pausa imprevista.
En la terraza no hice un lunar carajo,
a las bancas del porche se las comió la sombra
y fue siempre de noche negra.
No saludé a los extraños que pasaban
desandando un camino y preguntando por ti.
No me dio la gana de nada y te me hiciste mordedura,
cráter morado donde no cupo un beso.
No me dio la gana de ti y me volví al tejado.
Allá estaba más arriba, vuelto astro, pero no más lejos
de tus galopantes y etéreos caballos.
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