Nicolás Gómez Rey | Licenciado en Español y Literatura | Publicado el 6 de junio de 2013
“A veces todo lo que hay sobre la tierra escupe un hedor de sangre humana.” Sorgo Rojo.
El sorgo es rojo, espeso y rojo como un río de sangre. El sorgo es bebida, es ingrediente en la comida, el invitado especial a la mesa, en Gaomi Noreste. El sorgo es el lecho de amor, la sábana que protege el encuentro sexual entre un bandido y una joven viuda. El sorgo vuela, se despedaza a causa de las balas, los cortes de los sables. El sorgo es mortaja, se tiñe más rojo. El sorgo agazapa las cabezas chinas. El sorgo es hermano del vino y del amor. El sorgo es testigo de la muerte.
Las 514 páginas que componen Sorgo Rojo, la primera novela traducida al español (1992), de Mo Yan, presentan múltiples imágenes que convergen en la guerra y el amor. El conflicto bélico que tiene lugar en varios espacios de la China rural, en especial Gaomi Noreste –“el más heroico y el más cobarde” –, ambienta la historia de la resistencia china frente a la invasión japonesa que comienza “el noveno día del octavo mes lunar de 1939” y que, para el tiempo de la narración, no tiene final. La historia, narrada por un hombre que testifica la vida familiar en los tiempos del conflicto, en los que su abuelo, Yu Zhan’ao, pasó de ser un bandido de las rutas del campo a ocupar la posición líder en las fuerzas de defensa china, presentan imágenes que varían entre los colores del amor y el tinte de la muerte. A través de la narración que altera temporalidades –Faulkner, El ruido y la furia– el lector, a probables miles de kilómetros del territorio chino, comprende la universalidad de esta novela.
La obra está segmentada en cinco capítulos. El primero, Sorgo Rojo, comienza con la reunión de las tropas comandadas por Yu Zhan’ao “para tender una emboscada a un convoy japonés en la carretera de Jiao Ping.” Un niño –“Mi padre”, del narrador– “hijo de un bandido y con catorce años apenas” se inicia en la guerra. Las páginas de este capítulo rodean el campo de sorgo donde se acuestan los soldados, débiles en armas y en cuerpos, a esperar la fatalidad; presentan el encuentro fortuito entre un joven porteador y una joven obligada a casarse con un aldeano, rico y leproso. El sorgo rojo, de cañas inmensas, da tranquilidad al campo, a la tropa de Yu Zhan’ao; el sorgo rojo, de repente, explota en sangre.
Vino de Sorgo, el segundo capítulo, es, en parte, el desarrollo de una historia de amor. La tranquilidad, en los meses del año 1929, reina en Gaomi Noreste. Los aromas y las voces del campo se desprenden para dar una respuesta: “¿Qué hace que el sorgo del municipio de Gaomi Noreste se convierta en un dulce vino aromático que deja en la boca el sabor de la miel y no produce resaca?” Al final, la narración retoma la guerra: un niño y un hombre observan una aldea en llamas.
Negrito, Pardo y Rojo comandan la jauría de perros que destrozan los cadáveres apilados por los rugidos japoneses. Doughan, Wang Guang, Dezhi y Bella, los jóvenes sobrevivientes al último ataque, comandan la tropa que defiende la carne humana –inerte pero humana, que sufre los desgarros de la jauría. Conducta de perros es probablemente, si se valoran las imágenes tan bien logradas, el capítulo que mejor universaliza la guerra. ¿Para qué lector no es conmovedor que un grupo de jóvenes defiendan a muerte –para ellos también la hay– los cuerpos familiares que son amenazados por el hambre de los perros?
En la provincia de Gaomi Noreste hay un funeral. Ella, de treinta y dos años, “hija de la Familia Dai, Nombre Orginal Xingfan, Pimera Esposa de Yu Zhan’ao, Comandante de la Guerrilla de Gaomi Noreste, República de China, y Dirigente de la Sociedad de Hierro” recibe los honores que ofrece el pueblo, por morir como heroína en la batalla del Puente del río Negro. La marcha fúnebre se detiene. El tartamudeo de las metralletas atraviesa el féretro. Al otro lado, resguardados por el sorgo de dos y tres metros, los hombres del destacamento Jiang –chinos también, guerrilleros también, martirizados por los japoneses también– atacan a la Sociedad de Hierro. Las filas del funeral se rompen. Las granadas de mano vuelan. Los cuerpos –siempre chinos– caen y quiebran las cañas del sorgo. Después, en dirección contraria a la anterior, una emboscada de insectos de metal limpia el terreno que ocupa la batalla entre las dos guerrillas. Ahora, el comandante Leng, el picado de viruelas –chino también, guerrillero también, torturado por los japoneses también– toma lugar en la ofensiva. Funeral de Sorgo, cuarto capítulo, es el vivo retrato de una guerra civil.
Las letras que cuentan la historia del sorgo, la voz que narra las batallas y el amor, la vida de los comandantes y de sus venganzas, la fuerza de los proyectiles y el estallido de las granadas, todos, comparten una Muerte Extraña. Así, con título que cierra las palabras, pero que intensifica las imágenes de guerra y los sentimientos de dolor, se presenta el hombre que ha venido contando, 513 páginas atrás, la historia familiar. Está frente a un río Negro, frente a una tumba cerrada en la tierra, aunque abierta en su corazón, y comparte con el lector el mensaje que siempre repiten las plantaciones de sorgo: “¡Es tu talismán, y también el tótem glorioso de nuestra familia y el símbolo del espíritu tradicional del municipio Gaomi Noreste!”
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