ÁLVARO CLARO | Escritor y Licenciado en Español y Literatura | Publicado el 6 de junio de 2013
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Gonzalo Arango |
Es posible que esta fuera la Última página que él leería si se encontrara con vida, pues exaltar un movimiento fundado hace más 50 años es un anacronismo académico tan común y perjudicial, que él, excéntrico irremediable y artista sin descanso, no hubiese tolerado. Por lo tanto, para no hablar de una palabra por demás vieja, como Nadaísmo, hablemos, mejor, de un hombre, Gonzaloarango, y de Última página, uno de sus libros.
Para evitar pleonasmos póstumos, solo recordaré que en el hombre se daba una simbiosis de actitudes bastante singular: pese a las consecuencias, se envolvía en la vida nocturna, como lo confiesa en uno de los artículos del libro, cuando de regreso a casa en plena madrugada, se arrepiente de la juerga de la noche anterior. En el día, se dirigía sin predisposición hacia el mundo y las personas, y en ese recorrido expresaba pánico y anonadamiento por los lugares que conocía: Chocó, Bogotá, Medellín, Cali, entre otras ciudades, fueron blanco de su mirada escudriñadora y punto de partida para su palabra poética. Por otra parte, como lector, uno siente una descarga de introspección en las cartas que dirigía a sus compañeros nadaístas: Jotamario, Eduardo Escobar y a Fernando González, su maestro.
Constantemente Gonzalo Arango, o el profeta como lo llamaban, se entregaba a la escritura de novelas y a su labor como periodista, a través de la cual conseguía el sustento y sosegaba sus preocupaciones sociales e intelectuales. En Última página se reúnen más de 60 artículos suyos, realizados entre 1965 y 1969, en los cuales puede descubrirse, por ejemplo, la influencia que tuvo de artistas extranjeros –Lawrence, Evtushenko y Malraux-, como colombianos –Camilo Torres, Fernando Botero y Gabriel García Márquez, por quien, desde 1968, ya estaba dispuesto a apostar sus restos como escritor-. En ellos también se comprende el ateísmo por el cual ganó tantas críticas y cortapisas. Fácil de leer y bastante visceral, éste libro ofrece un pequeño viaje a través de la experiencia y las angustias de este escritor antioqueño.
Quién sabe, pero al final, si no hubiera muerto en el accidente automovilístico, a lo mejor Gonzaloarango habría impulsado otros movimientos en oposición al Nadaísmo, alegando contra éste último haber sido fundando por él mismo: ‘‘No rijas tu vida por credos que te fabrican quienes no creen en nada’’. Lo que es seguro es que, más de 50 años después del nacimiento del Nadaísmo, Gonzalo no hubiera festejado su perduración en el tiempo, aunque sí la confirmación de su primera sospecha: los colombianos somos pobres de imaginación y apenas pensamos en conseguir dinero, razón por la cual, hijos en el país del sagrado corazón, padecemos una incapacidad aguda para burlar los límites de la ortodoxia de la moneda. Así que, en vez de rememorar el Nadaísmo, rememoremos la estupidez generalizada a la que el Nadaísmo se oponía y concluyamos, como el mismo Gonzaloarango concluiría en este siglo post moderno: ¡Sublévate!, incluso contra los que mantienen ciertos ismos con vida.
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