La filosofía política y la literatura tienen algo en común: no sirven para nada que los ciudadanos y los lectores no quieran.
John Rawls, en algunos apuntes recopilados sobre sus clases de filosofía política; autorizados por él mismo antes de morir, recurre a una introducción que era, según intuyo, el inicio del curso que impartía en Harvard. En este introito expresa algunas ideas en razón al papel de la reflexión sobre lo político en una sociedad que ha superado la modernidad ilustrada, pero que ha sacado de ella el mayor insumo para sus postulados morales públicos, según los cuales, los individuos pueden regirse y saber los límites de su libertad. Rawls, inicialmente, plantea que la filosofía política no pretende ser una teoría, debido a que no comprende unos conceptos básicos definidos como ciertos sobre los cuales difícilmente se podría reflexionar. Por tanto, agrega que la filosofía política es simplemente una reflexión de lo público (instituciones, hechos sociales y conflictos del poder público) en una sociedad, a partir de lucubraciones de filósofos y pensadores de lo moral y lo político, como lo pueden ser Kant, Hume, Hegel, Hobbes, Rousseau, entre otros, quienes, pese a tener distintos puntos de vista, están reflexionando el mismo mundo del individuo o de la sociedad, de lo moral o de lo político, o incluso los dos a la vez. De hecho, esas diferencias son tan sanas que Rawls las describe como relevantes en las clases que dictó sobre filosofía moral y política, incluyendo en las primeras a Kant y a Hume, y en las segundas, a Hobbes y a Rousseau.
A manera de segunda sugerencia, Rawls argumenta algo que me parece pertinente para todo versado en estos temas. Dice que como la filosofía política no busca ser una teoría, tampoco impone un argumento absolutamente correcto o veraz, y por tanto, los que hacen filosofía política tan solo plantean su perspectiva reflexiva, académica y seria sobre un tema determinado. Digo académica porque los filósofos políticos toman como referente sus propias lecturas y afinidades teóricas, construyendo un barrido bibliográfico cada vez más amplio, necesario e importante para la realización de una tarea científica. No es cierto que por el hecho de ser simplemente reflexiva, y contraria a todo absolutismo, la filosofía política deje de ser una labor rigurosa y acuciosa, de innumerables resfriados entre libros viejos y nuevos.
Estas observaciones de Rawls sirven de antesala para una tercera idea, y es que los filósofos de lo político únicamente piensan e hilvanan ciertas reflexiones con el fin de compartirlas y de que los ciudadanos sean capaces de comprenderlas, cuestionarlas, transmitirlas y repensarlas según las necesidades y problemas de su conglomerado. En caso de no concretarse esta idea, los postulados de Rawls quedan perdidos en el universo, sin aplicación real a las relaciones de los hombres, quedan en una promesa jamás cumplida de la justicia como equidad.
A pesar de todo, Rawls no está solo en alguna estantería a punto de caerse, lo acompañan algunos libros de literatura universal, novelas, cuentos, poemas y demás artilugios bien logrados que se pierden sin lectores para deslumbrar. El ejercicio de crear literatura, al igual que el de reflexionar desde la filosofía política, es una tarea individual y egoísta, al menos en su etapa personal-creativa. Grandes maestros de la literatura han afrontado la soledad y el fracaso como su escenario creativo, así como otros, un poco más mediáticos, escriben para publicar y ser admirados. A pesar de esta dicotomía, el momento de escritura, de borrones, tachones y papeles en la caneca es absolutamente individual en ambos. A pesar de ser un ejercicio egoísta desde un punto de vista interno (creación literaria, ejercicio de escritor), en un ámbito externo sí puede ser, y debe ser, social. Tanto el filósofo, como el escritor, no buscan convencer a sus ciudadanos y lectores de una verdad única y acabada, simplemente hacen un trabajo personal, riguroso y arduo que posteriormente se comparte para la reflexión de los receptores, que no son otros que todo lector de una novela de Saramago o de un libro de Rawls. Así las cosas, ni Rawls, ni Coetzee pretenden convencer a nadie de lo que están incluyendo en sus textos, simplemente están plasmando ideas e historias en las frases y párrafos que pueden convertirse en algo más que eso: en preguntas sobre el hombre, sus relaciones y sus conflictos, que sean pensadas una y otra vez por los seres humanos que nos ufanamos de racionales. Ni los filósofos, ni los literatos son poseedores de verdades, sino que al contrario, son portadores de las más difíciles inquietudes y dudas. Dudas que, no está de más decirlo, son necesarias para la autocrítica de nuestras actuaciones frente a la alteridad.
Según lo anterior, volvemos a la frase que abrió este texto: La filosofía política y la literatura tienen algo en común: que no sirven para nada que los ciudadanos y los lectores no quieran. Si bien es imposible desconocer la cantidad de tiempo y momentos que dejan escapar los filósofos y escritores de sus vidas, como las lecturas que invierten y las enfermedades que adquieren, lo cierto es que nada vale el esfuerzo de estos sin la posterior recepción del resto. Y ¿quién es el resto? Nadie en específico. Hago referencia tanto a los ciudadanos de la calle, como a los de edificios pomposos; a los lectores de biblioteca usada o prestada, como a los de alcobas repletas de estanterías personales. El resto somos todos. Lo cual hace que dejemos de ser 'el resto' y pasemos a ser ‘el otro’, que, pese a vivir en el campo o en la urbe, es igual frente al filósofo y el escritor, y frente a todos los demás 'otros'. Y entonces ¿para qué nos sirve a ‘los otros’ la filosofía política y la literatura? Tanto la literatura, como la filosofía política son pilares de la reflexión por el hombre y la sociedad. El asunto es que, para tratar de dar respuesta a la pregunta anterior, debe decirse que no hay utilidad social alguna de una novela o de un artículo de investigación sin la lectura que realizan los sujetos que en realidad le dan el valor a dichos textos: ciudadanos y lectores. Sin ciudadanos y sin lectores de textos científicos y novelas, respectivamente, es imposible hablar de un valor y un uso real de estos frutos de la humanidad.
En este momento, son miles y miles de jóvenes y adultos educados bajo una razón instrumental, en la que solo se buscan máquinas que realicen ciertas funciones mecánicas, que alimenten la burocratización de la sociedad, y al tiempo, el triunfo de la técnica gris sobre la ciencia de colores, matices y diferentes perspectivas. Es esta una formación limitada en tanto no piensa al hombre desde sus emociones, anhelos, cuestionamientos e inquietudes. Entre mejor leamos, investiguemos y consultemos, desde enfoques reflexivos; y no absolutos, déspotas o técnicos, la sociedad será capaz de afrontar sus conflictos con altura y respeto por las diferencias. De lo contrario estamos condenados a ignorar tanto a Rawls como a Huxley; el primero un gran académico e intelectual convencido de la idea de justicia y el segundo un gran literato que con la sátira y la ciencia nos deja deslumbrados por nuestra riqueza tecnológica y miseria emocional. Ambas reflexiones son relevantes para nuestro andar racional, para el respeto y cuidado mutuo, pero si no las tenemos en cuenta, las leemos, las criticamos y discutimos son tinta y papel desperdiciados en el agujero negro en el que queremos convertir este planeta.
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