Silvana Luz Toro Medrano| Estudiante e investigadora| Publicado el 6 de junio de 2013
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María Teresa Ramírez |
Al imaginar las palabras pronunciadas por su voz y su acento, los poemas que leo cobran vida, se llenan de fuerza y sentido, dotados de toda la autenticidad cultural de la raza negra. Así como muchos, María Teresa Ramírez, portavoz de una historia invisivilizada, habla en sus poemas de la tradición de su gente, de su querida Buenaventura, de sus interacciones sociales, de su forma de amar, de su visión religiosa, etc. Ella en esos retumbes rítmicos, que en lugar de declamar canta, se reconoce a sí misma y reconoce a su raza como dueños de una riqueza ancestral proveniente del África.
Esta poeta nacida en Corinto, Cauca, que para una mejor formación académica fue enviada a Buenaventura desde muy pequeña; se licenció en Historia y filosofía en la Universidad del Valle; sin embargo, decidió que además de su labor docente quería rescatar la tradición oral de sus antepasados. Su obra literaria no es muy basta pero con lo poco que he leído se nota su compromiso con la literatura negra, con títulos como: La Noche de mi piel (1988), Abalenga (2008) y Flor de Palenque (2008). Además tiene tres libros inéditos: Ancestro y son, Bordados en la Tela del Juicio, e Historia del Cantón de la Palma. A la Villa de Palmira. Lleva muchos años estudiando las lenguas raizales y palenqueras que utiliza en muchas ocasiones en sus poemas: Eia, elelay, elalay/ Buenaventura: puerto – mar./ Toco la Kora, canta Oshum/ sus versos de amor y may./ Eia, elelay, elelay/ puerto – ola,/ puerto de agua y sal./ La bumaranga toca ya, abobó, abobó,/ eia, elelay… ¡Eia Buenaventura! (Alaix, 2001, 171). Y aunque no se conozca con certeza el significado de estas palabras (Eia, elelay, elelay), se enarbolan como un coro de exaltación a la tierra que la acogió y la vio crecer. Del mismo modo, se pueden evidenciar en sus poemas un constante uso de jitanjáforas[1] que, según las aproximaciones de versificación, denotan musicalidad con la repetición acústica de estas palabras, que se manifiestan por medio de la combinación de ritmos anfíbracos, trocaicos y yámbicos, provenientes de la versificación griega y latina, que se configuran en tonos específicos donde se pueden encontrar sonidos de tambor o de algún ritmo musical de la región. Como en esta estrofa de "Mamitica": Porongo, bolongo, porongo bolongo/ que suelte el tambor/ porongo bolongo, tumbá timbá/ porongo bolongo, tumbá timbá/ porongo bolongo, tumbá timbá... (Alaix, 2001, 173). En este caso el primer verso está compuesto por pies anfíbracos en los cuales las sílabas con el mayor tono son las intermedias, es decir: ta, TA, ta, y en los siguientes versos hay una mezcla entre pies anfíbracos y yámbicos donde las sílabas se marcan con el tono al final del pie (ta, TA), de esta forma hay una cadencia musical en sus versos que va de lo descendente a lo ascendente y así seguidamente.
Continuando con un tema menos complejo, se podría decir que María Teresa Ramírez se inspira en todo lo que su pueblo le ha brindado en su cotidianidad, por eso para ella: “La poesía negra es un romper de cadenas espirituales, es grito, angustia, música, anhelo de ancestros y espasmos totémicos”. “La poesía negra es una verdadera danza de las palabras” (Alaix, 2001, 169). Y es que toda ella es una exaltación a la vida que no olvida el legado de sus antepasados, como aquel día que la vi con su colorido vestido de cangrejos felices que expresaba su amor a la naturaleza, en el XVIII Congreso de Asociación de Colombianistas realizado aquí en Bucaramanga, donde su porte de palenquera resaltó entre los demás invitados, grandes representantes de esta literatura afro-colombiana como Alfredo Vanín, Blas Julio Romero y entre los más jóvenes Uriel Cassiani; estos exponentes generaron una gotica de conocimiento que venía gestándose desde hacía algunos meses en mi interior, la cual me ha llevado a indagar sobre estos temas olvidados en el inmenso mar de literatura negra, negrista, negroide o mulata que viene creciendo desde las primeras manifestaciones orales que expresaban los esclavos a través de cantos y oraciones donde se exaltaba a la naturaleza y a sus dioses africanos que luego con la aculturación se convirtieron en un panteón híbrido. Más adelante en la historia de la literatura colombiana, a partir del siglo XVIII, se empieza a vislumbrar la figura del negro en la crónica de Juan Rodríguez Freyle El Carnero (1795), y en el siglo XIX en novelas como María de Jorge Isaacs (1867), Manuela de Eugenio Díaz (1856), (Alaix, 2001). Pero todas estas representaciones los muestran como seres mundanos e inferiores, de cierto modo animalizados como lo explica Lawo- Sukam:
No fue hasta los albores de la República que la literatura escrita afrocolombiana entra en el mundo de las letras nacionales. Pero su presencia ha sido ignorada y silenciada por el discurso dominante hasta mediados del siglo XX cuando algunos antropólogos/ etnógrafos y críticos literarios como Rogelio Velásquez, Nina Friedermann, Peter Wade, Norman Whitten, Richard Jackson, Laurence Prescott y Marvin Lewis se dedican a investigar la cultura afro-colombiana. Gracias a aquellos pioneros se dio a conocer la figura prolífica del poeta Candelario Obeso, uno de los primeros escritores afrohispanos y el primer autor negro colombiano (Lawo-Sukam, 2011, 40).
Este monpoxino nacido en 1894, fue un gran literato y políglota, traductor de obras famosas como Otelo de William Shakespeare. Este poeta rompió con la visión que se tenía del negro hasta el momento por medio de la literatura canónica, pero debido a su condición económica y racial no fue conocido hasta el siglo XX, como se expresa en la cita anterior. Al igual que Calendario Obeso, María Teresa Ramírez es una pionera de su género, es decir que es una de las primeras mujeres en escribir poesía afro-colombiana porque además de la lucha por rescatar la cultura de su raza, también lucha porque las miradas y voces femeninas de esta poesía no sean invisivilizadas. Y esto lo hace dándose a conocer en cuanto evento o congreso de literatura es invitada, en los cuales se le recuerda por su grandilocuente interpretación cargada de cadencia musical en su voz, manos e incluso caderas; es así como yo recuerdo a esta poeta cantaora.
Bibliografía
Alaix de Valencia, H. (2001). La palabra poética del afro-colombiano. Cali: Litocencoa.
Lawo-Sukam, A. (2011). (A)cercamiento al concepto de la negritud en la literatura afro-colombiana. Texas. Extraído el 28 de noviembre de, 2012, dehttp://www.cromrev.com/volumes/vol30/03-vol30-lawo.pdf
[1]Tomado de (DRAE): (Palabra inventada por el humanista mexicano Alfonso Reyes, 1889-1959). 1. f. Enunciado carente de sentido que pretende conseguir resultados eufónicos.
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